FOTO :: Juan Pelegrín para Las-Ventas.com |
Mata de primeras sus dos toros y... ¿puerta grande en Madrid? Dejemos las suposiciones y pesemos las sensaciones de torero en sazón, curtido en el paro forzoso y que ahora parece dispuesto a no dejar escapar la oportunidad por mínimo que sea el resquicio.
La corrida de Martín Lorca fue de juego variado. Honda, noble el conjunto, pero en tres lotes muy definidos. Y el del Gallo salmantino fue el que nadó dentro de una peligrosa normalidad: cierta clase, pero raza justa para administrar con temple milimétrico. Cada uno de sus toros dejaba un resquicio, y a cada uno de ellos los aprovechó al máximo.
A menos el cinqueño segundo, pero resuelto Gallo de forma inteligente. Desde el recibo a pies juntos, pasando por la lidia exacta administrada por la cuadrilla, al temple de su muleta. Mando y suavidad en largos muletazos sobre ambos pitones. Todo eran sensaciones positivas. El pinchazo y la estocada en el hoyo dieron paso a una escasa petición y a la vuelta al ruedo.
Y mucho mejor con el quinto. Toro con la faena en el aire. Gallo en el sitio y otra vez el temple. Mediada la faena cruje y sorprende al natural. Arrimón con argumento. Totalmente asentado llegando a los pitones, el toque y el toreo, muy largo, larguísimo y hasta el final. Otro pinchazo y otra estocada. Petición como para conceder la oreja sin excusas a un Eduardo Gallo que dio un paso al frente y se reivindicó de forma clara. Sitio a éste, por favor.
Por Gallo valió toda la tarde. Si llega a ser solo por Salvador Vega, todo habrían sido lamentos. Lamentos porque se dejó ir el mejor lote entre indecisiones y ninguna claridad. Primero al docil toro que abrió la tarde, y que fue tratado en una pésima lidia que encabezó el matador; luego al encastado cuarto, que tuvo capacidad para tomarla por abajo, pero que nunca encontró estímulo alguno para repetir en la dubitativa muleta de Vega. En otros tiempos esto era un petardo.
Oliva Soto se llevó el peor lote. El tercero, geniudo y de brusca embestida, siempre por arriba. No le volvió la cara, pero no hubo acuerdo. Y dio un sainete con los aceros. Y el sexto, flojo, no tuvo entrega, fue siempre a media altura y sin ir metido en una muleta que tampoco es que corrigiese los defectos.
Sin duda, el único que cantó alto, claro y con temple fue Gallo.
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