Comparezco hoy ante Las Cortes Generales para pronunciar el juramento previsto en nuestra Constitución y ser proclamado Rey de España.
Cumplido ese deber constitucional, quiero expresar el reconocimiento y
el respeto de la Corona a estas Cámaras, depositarias de la soberanía
nacional. Y permítanme que me dirija a sus señorías y desde aquí, en un
día como hoy, al conjunto de los españoles.
Inicio mi reinado con una profunda emoción por el honor que supone
asumir la Corona, consciente de la responsabilidad que comporta y con la
mayor esperanza en el futuro de España.
Una nación forjada a lo largo de siglos de Historia por el trabajo
compartido de millones de personas de todos los lugares de nuestro
territorio y sin cuya participación no puede entenderse el curso de la
Humanidad.
Una gran nación, Señorías, en la que creo, a la que quiero y a la que
admiro; y a cuyo destino me he sentido unido toda mi vida, como
Príncipe Heredero y -hoy ya- como Rey de España.
Ante sus Señorías y ante todos los españoles -también con una gran
emoción- quiero rendir un homenaje de gratitud y respeto hacia mi padre,
el Rey Juan Carlos I.
Un reinado excepcional pasa hoy a formar parte de nuestra historia con
un legado político extraordinario. Hace casi 40 años, desde esta
tribuna, mi padre manifestó que quería ser Rey de todos los españoles. Y
lo ha sido. Apeló a los valores defendidos por mi abuelo el Conde
Barcelona y nos convocó a un gran proyecto de concordia nacional que ha
dado lugar a los mejores años de nuestra historia contemporánea.
En la persona del Rey Juan Carlos rendimos hoy el agradecimiento que
merece una generación de ciudadanos que abrió camino a la democracia, al
entendimiento entre los españoles y a su convivencia en libertad. Esa
generación, bajo su liderazgo y con el impulso protagonista del pueblo
español, construyó los cimientos de un edificio político que logró
superar diferencias que parecían insalvables, conseguir la
reconciliación de los españoles, reconocer a España en su pluralidad y
recuperar para nuestra Nación su lugar en el mundo.
Y me permitirán también, Señorías, que agradezca a mi madre, la Reina
Sofía, toda una vida de trabajo impecable al servicio de los españoles.
Su dedicación y lealtad al Rey Juan Carlos, su dignidad y sentido de la
responsabilidad, son un ejemplo que merece un emocionado tributo de
gratitud que hoy -como hijo y como Rey- quiero dedicarle. Juntos, los
Reyes Juan Carlos y Sofía, desde hace más de 50 años, se han entregado a
España. Espero que podamos seguir contando muchos años con su apoyo, su
experiencia y su cariño.
A lo largo de mi vida como Príncipe de Asturias, de Girona y de
Viana, mi fidelidad a la Constitución ha sido permanente, como
irrenunciable ha sido -y es- mi compromiso con los valores en los que
descansa nuestra convivencia democrática. Así fui educado desde niño en
mi familia, al igual que por mis maestros y profesores. A todos ellos
les debo mucho y se lo agradezco ahora y siempre. Y en esos mismos
valores de libertad, de responsabilidad, de solidaridad y de tolerancia,
la Reina y yo educamos a nuestras hijas, la Princesa de Asturias y la
Infanta Sofía.
Señoras y Señores Diputados y Senadores,
Hoy puedo afirmar ante estas Cámaras -y lo celebro- que comienza el reinado de un Rey constitucional.
Un Rey que accede a la primera magistratura del Estado de acuerdo con
una Constitución que fue refrendada por los españoles y que es nuestra
norma suprema desde hace ya más de 35 años.
Un Rey que debe atenerse al ejercicio de las funciones que
constitucionalmente le han sido encomendadas y, por ello, ser símbolo de
la unidad y permanencia del Estado, asumir su más alta representación y
arbitrar y moderar el funcionamiento regular de las instituciones.
Un Rey, en fin, que ha de respetar también el principio de separación
de poderes y, por tanto, cumplir las leyes aprobadas por las Cortes
Generales, colaborar con el Gobierno de la Nación -a quien corresponde
la dirección de la política nacional- y respetar en todo momento la
independencia del Poder Judicial.
No tengan dudas, Señorías, de que sabré hacer honor al juramento que
acabo de pronunciar; y de que, en el desempeño de mis responsabilidades,
encontrarán en mí a un Jefe del Estado leal y dispuesto a escuchar, a
comprender, a advertir y a aconsejar; y también a defender siempre los
intereses generales.
Y permítanme añadir, que a la celebración de este acto de tanta
trascendencia histórica, pero también de normalidad constitucional, se
une mi convicción personal de que la Monarquía Parlamentaria puede y
debe seguir prestando un servicio fundamental a España.
La independencia de la Corona, su neutralidad política y su vocación
integradora ante las diferentes opciones ideológicas, le permiten
contribuir a la estabilidad de nuestro sistema político, facilitar el
equilibrio con los demás órganos constitucionales y territoriales,
favorecer el ordenado funcionamiento del Estado y ser cauce para la
cohesión entre los españoles. Todos ellos, valores políticos esenciales
para la convivencia, para la organización y desarrollo de nuestra vida
colectiva.
Pero las exigencias de la Corona no se agotan en el cumplimiento de
sus funciones constitucionales. He sido consciente, desde siempre, de
que la Monarquía Parlamentaria debe estar abierta y comprometida con la
sociedad a la que sirve; ha de ser una fiel y leal intérprete de las
aspiraciones y esperanzas de los ciudadanos, y debe compartir -y sentir
como propios- sus éxitos y sus fracasos.
La Corona debe buscar la cercanía con los ciudadanos, saber ganarse
continuamente su aprecio, su respeto y su confianza; y para ello, velar
por la dignidad de la institución, preservar su prestigio y observar una
conducta íntegra, honesta y transparente, como corresponde a su función
institucional y a su responsabilidad social. Porque, sólo de esa
manera, se hará acreedora de la autoridad moral necesaria para el
ejercicio de sus funciones. Hoy, más que nunca, los ciudadanos demandan
con toda razón que los principios morales y éticos inspiren -y la
ejemplaridad presida- nuestra vida pública. Y el Rey, a la cabeza del
Estado, tiene que ser no sólo un referente sino también un servidor de
esa justa y legítima exigencia de los ciudadanos.
Éstas son, Señorías, mis convicciones sobre la Corona que, desde hoy,
encarno: una Monarquía renovada para un tiempo nuevo. Y afronto mi
tarea con energía, con ilusión y con el espíritu abierto y renovador que
inspira a los hombres y mujeres de mi generación.
Señoras y Señores Diputados y Senadores,
Hoy es un día en el que, si tuviéramos que mirar hacia el pasado, me
gustaría que lo hiciéramos sin nostalgia, pero con un gran respeto hacia
nuestra historia; con espíritu de superación de lo que nos ha separado o
dividido; para así recordar y celebrar todo lo que nos une y nos da
fuerza y solidez hacia el futuro.
En esa mirada deben estar siempre presentes, con un inmenso respeto
también, todos aquellos que, víctimas de la violencia terrorista,
perdieron su vida o sufrieron por defender nuestra libertad. Su recuerdo
permanecerá en nuestra memoria y en nuestro corazón. Y la victoria del
Estado de Derecho, junto a nuestro mayor afecto, será el mejor
reconocimiento a la dignidad que merecen.
Y mirando a nuestra situación actual, Señorías, quiero también
transmitir mi cercanía y solidaridad a todos aquellos ciudadanos a los
que el rigor de la crisis económica ha golpeado duramente hasta verse
heridos en su dignidad como personas. Tenemos con ellos el deber moral
de trabajar para revertir esta situación y el deber ciudadano de ofrecer
protección a las personas y a las familias más vulnerables. Y tenemos
también la obligación de transmitir un mensaje de esperanza
-especialmente a los más jóvenes- de que la solución de sus problemas y
en particular la obtención de un empleo, sea una prioridad para la
sociedad y para el Estado. Sé que todas sus Señorías comparten estas
preocupaciones y estos objetivos.
Pero sobre todo, Señorías, hoy es un día en el que me gustaría que
miráramos hacia adelante, hacia el futuro; hacia la España renovada que
debemos seguir construyendo todos juntos al comenzar este nuevo reinado.
A lo largo de estos últimos años -y no sin dificultades- hemos
convivido en democracia, superando finalmente tiempos de tragedia, de
silencio y oscuridad. Preservar los principios e ideales en los que se
ha basado esa convivencia y a los que me he referido antes, no sólo es
un acto de justicia con las generaciones que nos han precedido, sino una
fuente de inspiración y ejemplo en todo momento para nuestra vida
pública. Y garantizar la convivencia en paz y en libertad de los
españoles es y será siempre una responsabilidad ineludible de todos los
poderes públicos.
Los hombres y mujeres de mi generación somos herederos de ese gran
éxito colectivo admirado por todo el mundo y del que nos sentimos tan
orgullosos. A nosotros nos corresponde saber transmitirlo a las
generaciones más jóvenes.
Pero también es un deber que tenemos con ellas -y con nosotros
mismos-, mejorar ese valioso legado, y acrecentar el patrimonio
colectivo de libertades y derechos que tanto nos ha costado conseguir.
Porque todo tiempo político tiene sus propios retos; porque toda obra
política -como toda obra humana- es siempre una tarea inacabada.
Los españoles y especialmente los hombres y mujeres de mi generación,
Señorías, aspiramos a revitalizar nuestras instituciones, a reafirmar,
en nuestras acciones, la primacía de los intereses generales y a
fortalecer nuestra cultura democrática.
Aspiramos a una España en la que se puedan alcanzar acuerdos entre
las fuerzas políticas sobre las materias y en los momentos en que así lo
aconseje el interés general.
Queremos que los ciudadanos y sus preocupaciones sean el eje de la
acción política, pues son ellos quienes con su esfuerzo, trabajo y
sacrificio engrandecen nuestro Estado y dan sentido a las instituciones
que lo integran.
Deseamos una España en la que los ciudadanos recuperen y mantengan la
confianza en sus instituciones y una sociedad basada en el civismo y en
la tolerancia, en la honestidad y en el rigor, siempre con una
mentalidad abierta y constructiva y con un espíritu solidario.
Y deseamos, en fin, una España en la que no se rompan nunca los
puentes del entendimiento, que es uno de los principios inspiradores de
nuestro espíritu constitucional.
En ese marco de esperanza quiero reafirmar, como Rey, mi fe en la
unidad de España, de la que la Corona es símbolo. Unidad que no es
uniformidad, Señorías, desde que en 1978 la Constitución reconoció
nuestra diversidad como una característica que define nuestra propia
identidad, al proclamar su voluntad de proteger a todos los pueblos de
España, sus culturas y tradiciones, lenguas e instituciones. Una
diversidad que nace de nuestra historia, nos engrandece y nos debe
fortalecer.
En España han convivido históricamente tradiciones y culturas
diversas con las que de continuo se han enriquecido todos sus pueblos. Y
esa suma, esa interrelación entre culturas y tradiciones tiene su mejor
expresión en el concierto de las lenguas. Junto al castellano, lengua
oficial del Estado, las otras lenguas de España forman un patrimonio
común que, tal y como establece la Constitución, debe ser objeto de
especial respeto y protección; pues las lenguas constituyen las vías
naturales de acceso al conocimiento de los pueblos y son a la vez los
puentes para el diálogo de todos los españoles. Así lo han considerado y
reclamado escritores tan señeros como Antonio Machado, Espriu, Aresti o
Castelao.
En esa España, unida y diversa, basada en la igualdad de los
españoles, en la solidaridad entre sus pueblos y en el respeto a la ley,
cabemos todos; caben todos los sentimientos y sensibilidades, caben las
distintas formas de sentirse español. Porque los sentimientos, más aún
en los tiempos de la construcción europea, no deben nunca enfrentar,
dividir o excluir, sino comprender y respetar, convivir y compartir.
Y esa convivencia, la debemos revitalizar cada día, con el ejercicio
individual y colectivo del respeto mutuo y el aprecio por los logros
recíprocos. Debemos hacerlo con el afecto sincero, con la amistad y los
vínculos de hermandad y fraternidad que son indispensables para
alimentar las ilusiones colectivas.
Trabajemos todos juntos, Señorías, cada uno con su propia
personalidad y enriqueciendo la colectiva; hagámoslo con lealtad, en
torno a los nuevos objetivos comunes que nos plantea el siglo XXI.
Porque una nación no es sólo su historia, es también un proyecto
integrador, sentido y compartido por todos, que mire hacia el futuro.
Un nuevo siglo, Señorías, que ha nacido bajo el signo del cambio y la
transformación y que nos sitúa en una realidad bien distinta de la del
siglo XX.
Todos somos conscientes de que estamos asistiendo a profundas
transformaciones en nuestras vidas que nos alejan de la forma
tradicional de ver el mundo y de situarnos en él. Y que, al tiempo que
dan lugar a inquietud, incertidumbre o temor en los ciudadanos, abren
también nuevas oportunidades de progreso.
Afrontar todos estos retos y dar respuestas a los nuevos desafíos que
afectan a nuestra convivencia, requiere el concurso de todos: de los
poderes públicos, a los que corresponde liderar y definir nuestros
grandes objetivos nacionales; pero también de los ciudadanos, de su
impulso, su convicción y su participación activa. Es una tarea que
demanda un profundo cambio de muchas mentalidades y actitudes y, por
supuesto, gran determinación y valentía, visión y responsabilidad.
Nuestra Historia nos enseña que los grandes avances de España se han
producido cuando hemos evolucionado y nos hemos adaptado a la realidad
de cada tiempo; cuando hemos renunciado al conformismo o a la
resignación y hemos sido capaces de levantar la vista y mirar más allá
-y por encima- de nosotros mismos; cuando hemos sido capaces de
compartir una visión renovada de nuestros intereses y objetivos comunes.
El bienestar de nuestros ciudadanos -hombres y mujeres-, Señorías,
nos exige situar a España en el siglo XXI, en el nuevo mundo que emerge
aceleradamente; en el siglo del conocimiento, la cultura y la educación.
Tenemos ante nosotros el gran desafío de impulsar las nuevas
tecnologías, la ciencia y la investigación, que son hoy las verdaderas
energías creadoras de riqueza; el desafío de promover y fomentar la
innovación, la capacidad creativa y la iniciativa emprendedora como
actitudes necesarias para el desarrollo y el crecimiento. Todo ello es, a
mi juicio, imprescindible para asegurar el progreso y la modernización
de España y nos ayudará, sin duda, a ganar la batalla por la creación de
empleo, que constituye hoy la principal preocupación de los españoles.
El siglo XXI, el siglo también del medio ambiente, deberá ser aquel
en el que los valores humanísticos y éticos que necesitamos recuperar y
mantener, contribuyan a eliminar las discriminaciones, afiancen el papel
de la mujer y promuevan aún más la paz y la cooperación internacional.
Señorías, me gustaría referirme ahora a ese ámbito de las relaciones
internacionales, en el que España ocupa una posición privilegiada por su
lugar en la geografía y en la historia del mundo.
De la misma manera que Europa fue una aspiración de España en el
pasado, hoy España es Europa y nuestro deber es ayudar a construir una
Europa fuerte, unida y solidaria, que preserve la cohesión social,
afirme su posición en el mundo y consolide su liderazgo en los valores
democráticos que compartimos. Nos interesa, porque también nos
fortalecerá hacia dentro. Europa no es un proyecto de política exterior,
es uno de los principales proyectos para el Reino de España, para el
Estado y para la sociedad.
Con los países iberoamericanos nos unen la historia y lazos muy
intensos de afecto y hermandad. En las últimas décadas, también nos unen
intereses económicos crecientes y visiones cada vez más cercanas sobre
lo global. Pero, sobre todo, nos une nuestra lengua y nuestra cultura
compartidas. Un activo de un inmenso valor que debemos potenciar con
determinación y generosidad.
Y finalmente, nuestros vínculos antiguos de cultura y de sensibilidad
próximos con el Mediterráneo, Oriente Medio y los países árabes, nos
ofrecen una capacidad de interlocución privilegiada, basada en el
respeto y la voluntad de cooperar en tantos ámbitos de interés mutuo e
internacional, en una zona de tanta relevancia estratégica, política y
económica.
En un mundo cada vez más globalizado, en el que están emergiendo
nuevos actores relevantes, junto a nuevos riesgos y retos, sólo cabe
asumir una presencia cada vez más potente y activa en la defensa de los
derechos de nuestros ciudadanos y en la promoción de nuestros intereses,
con la voluntad de participar e influir más en los grandes asuntos de
la agenda global y sobre todo en el marco de las NN.UU.
Señoras y Señores Diputados y Senadores,
Con mis palabras de hoy, he querido cumplir con el deber que siento
de transmitir a sus señorías y al pueblo español, sincera y
honestamente, mis sentimientos, convicciones y compromisos sobre la
España con la que me identifico, la que quiero y a la que aspiro; y
también sobre la Monarquía Parlamentaria en la que creo: como dije antes
y quiero repetir ahora, una monarquía renovada para un tiempo nuevo.
Y al terminar mi mensaje quiero agradecer a los españoles el apoyo y
el cariño que en tantas ocasiones he recibido. Mi esperanza en nuestro
futuro se basa en mi fe en la sociedad española; una sociedad madura y
vital, responsable y solidaria, que está demostrando una gran entereza y
un espíritu de superación que merecen el mayor reconocimiento.
Señorías, tenemos un gran País; Somos una gran Nación, creamos y confiemos en ella.
Decía Cervantes en boca de Don Quijote: "no es un hombre más que otro si no hace más que otro".
Yo me siento orgulloso de los españoles y nada me honraría más que,
con mi trabajo y esfuerzo de cada día, los españoles pudieran sentirse
orgullosos de su nuevo Rey.
Muchas gracias. Moltes gràcies. Eskerrik asko. Moitas grazas.
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