Se lidian esta tarde toros de Fuente Ymbro por César Jiménez, Matías Tejela y Luis Bolívar. Vuelve los toros de Ricardo Gallardo a una de sus plazas. En València prácticamente empezó todo.
Con un cartel casi idéntico, con César Jiménez y Matías Tejela y en el cartel con los novillos Fuente Ymbro. Son las fallas de 2002. La imagen todavía perdura fresca de aquel novillo de nombre 'Volante' embistiendo incansable a la muleta de Tejela.
Ahí va unas líneas de la crónica de Zabala de la Serna aquel día.
(...) los novillos de Fuente Ymbro, un manantial de casta y nobleza. Sobre sus hombros imaginarios abrieron la puerta grande Matías Tejela y César Jiménez, los dos novilleros más preparados de la terna, puestos y dispuestos; el mayoral compartió con ellos la gloria y el triunfo.
Pero fue «Volante», lidiado en segundo lugar, la joya de la corona y de la tarde, una auténtica máquina de embestir tras los engaños desde que vio la luz por toriles. Claro que si el cuarto no se lesiona en un violento volatín, discutiríamos a estas alturas cualidades de uno y otro. Pero lo que hay es lo que el capricho de la fortuna colocó en el camino de Tejela, que sus méritos contrajo. Porque a otro más verde lo habría desbordado «Volante» en las diez primeras arrancadas.
Matías se impuso desde los compases a la verónica, notables lances que desembocaron en una media de rodillas. Galleó con el capote a la espalda, en tapatías al paso, y se ciñó después por chicuelinas, como respuesta a otro quite de Jiménez por chicuelinas y tafalleras. El valiente principio, con una pareja de espaldinas en los medios, precedió a un firme planteamiento con la derecha, cuya mayor virtud estuvo en no permitir que el utrero tocará nunca la muleta y en bajar la mano con poder. Todo fue ligado y de menos a más, aunque las calidades con la izquierda no alcanzaran la misma altura. El final genuflexo, estéticamente extraordinario, sirvió para cerrar al astado en el tercio.
Algunas voces se escucharon solicitando un indulto que el presidente no estimó con recto criterio. Sin embargo, tras la estocada, enseñó raudo el pañuelo azul, poco antes de entregar las dos orejas al matador.
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