Alberto López Simón abrió la puerta grande el domingo 24 de mayo. Con este acontecimiento comenzamos a desgranar lo que ha dejado para el recuerdo la tercera semana del abono de San Isidro.
La corrida de Las Ramblas más que una oportunidad para los jóvenes espadas fue una dura prueba a su afición. Horrible de presencia, baja de casta y con mal estilo, obligó a los matadores a poner todo de su parte para demostrar que tienen un futuro de esperanzador.
David Galván derrochó torería en dos faenas de largo metraje. Su pureza en el concepto es una reliquia digna de admirar. Manejó con soltura el capote a lo largo de la tarde, pero hay que resaltar un soberbio quite por gaoneras cuando la gente no había terminado de acomodarse en los asientos. El escaso celo de su primer toro solamente dejó entrever la hondura de su concepto. El cuarto fue peor aún pero Galván le quiso tratar como si fuera bueno, todo lo realizado tuvo equilibrado pulso y gobierno. Tiene cualidades de torero importante Galván, pero esta tarde sólo pudo renovar el crédito para seguir esperando que un día le embista uno por derecho.
Tanto vino a demostrar Víctor Barrio, que pecó por exceso de revoluciones. Más corazón que cabeza en sus intervenciones. Le faltó reposo para acoplarse al noble animal que sorteó en primer turno, tantas cosas quiso hacer que no fue capaz de coger el aire a las nobles embestidas de un toro que le tropezó demasiado los engaños. Sin ser un buen toro sí que agradecía que le tratasen con pulso pero Víctor no siempre trazó al compás que demandaba Forrador. El quinto tuvo peor carácter, desarrolló mucho genio y el torero volvió a demostrar más actitud que acierto en una labor de muchos muletazos pero sin estructura. Víctor Barrio manejó la espada con seguridad y contundencia, las dos estocadas fueron lo mejor de una tarde embarullada.
Hubo una calurosa ovación para López Simón al finalizar el paseíllo por la tarde del 2 de mayo, en la que una cornada le birló el derecho a salir a hombros por la puerta grande. El torero de Barajas debió pensar que el pasado no servía de nada porque de nuevo entregó su vida al toreo. Esta vez sí pudo catar el sabor de la puerta grande tras dos actuaciones muy meritorias que conjugaron en la proporción exacta valor e inteligencia.
La última novillada del abono resultó un calvario por accidentada. Empezó torcida desde por la mañana ya que hubo un incomprensible baile de corrales para terminar sorteando cuatro animales de El Montecillo y dos remiendos de Dolores Rufino, procedencia Martelilla. No se concibe tanto disloque en los reconocimientos para acabar lidiando una novillada tan basta y desigual.
Martín Escudero sufrió una fea voltereta mientras intentaba convencer con firmeza las malas ideas del primero. La impresión que estaba dejando Escudero era inmejorable con el peligroso animal pero en un descuido mientras toreaba al natural el novillo hizo presa. La conmoción a causa de la caída le impidió continuar la lidia. Joaquín Galdós no tuvo opción alguna en la tarde de su presentación en Madrid, el tercero de la tarde le arrolló nada más salir propiciándole otra horrible voltereta. Ambos se recuperan satisfactoriamente de los traumatismos, esperemos que la empresa les compense la mala suerte.
Espada demostró buen oficio para sacar una tarde adelante que se le puso muy cuesta arriba, se le valoró afrontar con entereza la complicada situación e incluso se le aplaudió la solvencia y la capacidad para lidiar con tan deslucido encierro. La puerta grande hubiese sido justo premio a la capacidad pero faltó soltura en el manejo del capote, sentimiento y ajuste en su toreo de muleta. Le hizo a Espada un trabajo impecable durante el festejo su peón de confianza José Daniel Ruano.
El martes se lidiaba una seria corrida de El Puerto de San Lorenzo que estuvo muy debajo de lo esperado. Funcionó sólo un toro entre la colección de mansos que llegó desde tierras de Salamanca. Corrida espesa en los primeros tercios como dicta su procedencia pero sin el fondo que caracteriza a los animales de origen Atanasio-Lisardo.
Buscapan fue toro de nota, embistiendo con clase desde que pisó el ruedo. Planeó en los capotes que le dieron la brega en el segundo tercio y llegó a la muleta con el son que apuntaba. Más dubitativo que en las tardes anteriores, Abellán le tanteó de inicio como si desconfiara de la franqueza del toro. Tuvo problemas Miguel para centrarse con Buscapan. Faltó compromiso en la colocación, estructura en la faena y más poso en las incontables veces que pasó al toro de forma ligera alrededor de su cuerpo. No se le vio a gusto a Miguel Abellán esta tarde que maltrató la calidad que ofrecía éste y se quitó del medio sin miramientos al quinto de la tarde.
Antonio Farrera se entretuvo en faenar con depurada torería al noble pero rajado toro que abrió el festejo y dejó constancia de su amplitud de recursos en la porfía que mantuvo con el complicado animal que sorteó en segundo lugar.
Con un lote desagradecido estuvo animado Daniel Luque, que compuso con armonía sobre las oleadas hacia las tablas del manso tercero y aprovechó cuanto pudo al bravucón sobrero de José Luis Pereda que cerró el festejo. Comenzó dando distancia para aprovechar cuanto tuviera de inercia Cateto, ligó tres tandas Luque de mucho consentir con la muleta a la altura de los ojos para no quebrar la escasa voluntad que tenía el toro. No poder llevar la muleta a ras de albero provocó algún tropiezo prácticamente inevitable que desengañó aún más al toro. Cuando se paró del todo, Luque acortó la distancia y exprimió hasta la última gota de genio que tuvo Cateto. Mató de una estocada de efecto fulminante que le valió para dar una calurosa vuelta al ruedo.
El miércoles 27 se llenó la plaza hasta la bandera para presenciar el festejo más rematado del abono. El lote de Alcurrucén estuvo en el tipo de la casa pero salvó el nombre de la ganadería el toro Jabatillo, el resto encierro fue manso y desrazado.
A Morante lleva años haciéndosele cuesta arriba torear en Madrid, sin tener lote apto para el lucimiento tampoco se le vio cómodo sobre el ruedo que le trae de cabeza por la pendiente. Dibujó algún lance vistoso, algún muletazo quedó para el recuerdo pero estuvo todo lejos de satisfacer las ilusiones que despierta su figura entre la afición.
El Juli estuvo a la altura de las circunstancias que conllevan sus actuaciones en esta plaza que le mide con extremo rigor. Muy centrado y por encima de un lote imposible. Puso fibra para convencer a su flojo primero pero el toro perdía el celo a media arrancada. Al quinto le toreó a placer con el capote, incluso le hizo dos quites, luego con la muleta le tapó defectos e intentó hacerle romper pero el toro se rindió enseguida.
Sebastián Castella y Jabatillo fueron los protagonistas indiscutibles de la tarde. Hubo una conjunción explosiva entre el toreo y la bravura que hizo hervir la monumental como no lo había hecho hasta ese momento en la feria.
El principal argumento de la faena de Castella fue el temple, que se hizo notar desde el recibo a la verónica que marcó el camino que debía seguir la clase que emanaba de la embestida de Jabatillo. Sería en el inicio de faena cuando se desató la locura, hemos visto muchas faenas del francés comenzar de la misma forma pero jamás logró una de tal intensidad. Tras los ajustados pases cambiados se hilvanaron una serie de profundos muletazos por bajo llenos de naturalidad. Erizaba los cabellos ver como el torero soltaba las muñecas y el toro perseguía los engaños con el hocico por el suelo hasta más allá de lo que ordenaban los flecos. Continuó la faena por el palo fundamental, intercalando tandas con la muleta por ambas manos. Fueron tandas largas, algunas ligaron con perfección hasta siete muletazos. Supo explicar Castella el secreto del temple, fueron capaces sus manos de sofocar la llama de la bravura. Enganchaba por delante al ardiente Jabatillo, se lo ajustaba a la cintura, quebraba el cuello del animal para reducirle a su antojo y cuando el cuerpo no daba más de sí, remataba para colocarse de nuevo a golpe de talón y de paso aliviar a Jabatillo. Fue una faena larga, inmensa de toreo, rematada de forma torera con muletazos de rodilla flexionada. Dicen que se le fue la espada un poco baja pero la gente no hecho cuentas a tal imperfección, que entusiasmada premió con dos orejas al torero.
El jueves vino la decepción de la mano de los toros de la ganadería de Victoriano del Río. Nadie se esperaba con una ganadería de tal categoría fuese a lidiar una corrida tan fea, vieja y desigual. Es de imaginar que la reseñada para la corrida de Beneficencia será más agradable. Lo peor de la corrida no fue la presentación sino el juego que ofrecieron, ya que salvo el segundo la tónica general del encierro fue la falta de casta, acompañada de genio, peligro y malas ideas.
Diego Urdiales quemó el segundo cartucho de los tres que tiene en la feria. Nada pudo hacer con ninguno de sus oponentes salvo justificarse y matarlos con dignidad. Iván Fandiño hacía su último paseíllo en Madrid y continuaba su particular calvario. No le embistió ninguno por derecho pero él tampoco estuvo con la frescura necesaria para remontar el vuelo.
Esa tarde lucieron sobre el caballo los hermanos Bernal, de Salamanca. Y fueron aplaudidos por su buen hacer con capote y banderillas Miguel Martín y Jesús Arruga. Peor suerte corrió el tercero de la cuadrilla de El Fandi, Domingo Valencia, que fue corneado de gravedad.
La corrida de Juan Pedro Domecq lidiada el viernes será de las candidatas al premio como la corrida más brava de feria de 2015. Bien presentada, seria pero armónica, fuerte, cinqueña y con mucho que torear. Entregaron cara su vida los pupilos de Juan Pedro, cada uno con sus virtudes y defectos pero con el denominador común de la casta. Apretó con celo en el caballo, galopó fija en banderillas y tuvo importante fondo en el último tercio.
Hay que terminar elogiando el buen trabajo que desempeñaron todas las cuadrillas con una corrida tan encastada. Hubo mano firme en los picadores, destacando entre ellos Manolo Cid con dos puyazos certeros y medidos. Entre los de plata, estuvo sobresaliente El Algabeño, rayando a gran altura también Juan José Trujillo, Antonio Manuel Punta y Antonio Chacón.
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